Elegir Creer
Hace un tiempo que vengo observando (escuchando, leyendo) que la conjunción de del verbo «elegir» y el verbo «creer» aparece con mucha frecuencia. Es para mí inexplicable ese uso ya que en esencia representan dos acciones o actitudes de sentido opuesto.
No es la oposición de significados lo que me causa perplejidad, ya que este tipo de combinación es una figura literaria denominada oxímoron que crea un nuevo concepto que enriquece el lenguaje. Ejemplos de uso común serían «calma tensa», «elocuente silencio» o, siendo algo cínico: «feliz cumpleaños».
Lo que me parece inexplicable es que se utilice con una connotación positiva, cuando de esta mezcla solo puede salir algo nefasto.
Me paso a explicar.
Está en mi carácter creer en las personas. De esta característica intrínseca de mi personalidad muchos dirán que no es buena, que estoy expuesto a las puñaladas traperas o a los desencantos. Y es verdad, pero como ya lo dice Charly en su último disco, no lo puedo evitar. Pero siendo consciente de esto trato de controlarlo, así como trato de no tomar el cuarto whiskey en una fiesta de casamiento.
Pero a pesar que a veces me convenzo que puedo tomar otro trago sin que empiece a hacer papelones, a veces elijo creer en las personas: ahí aparece el efecto necesariamente negativo del cóctel verbal. Porque ya sabés que ambos te van a joder.
Elegir creer crea un concepto que raya con el autoengaño.
Antes de la pandemia, un amigo de siempre —lo llamaré K—, que recién se había divorciado y que estaba tratando de incrementar su incipiente negocio, me solicitó un préstamo. Ni bien lo pusiera a funcionar le iba a reportar pingües ganancias y suculentos intereses a mi generosidad. Yo elegí creer en ese negocio y en su intención retributiva. Entonces la pandemia paralizó todo por lo que no me devolvió el dinero en el tiempo preestablecido. Elegí creer que la pandemia no iba durar mucho tiempo. Durante todo ese tiempo mantuvimos una comunicación fluida y divertida. A pocos meses de que ya no fuera obligatorio usar tapabocas, le manifesté a K mi intensión, ya no de cobrar mis ganancias, sino de empezar una devolución: lo único que obtuve fue un simpático emoticón como respuesta y ese fue su último mensaje.
Hace poco perdí mi celular. Todavía estoy padeciendo ese extravío. Tengo fotos y datos que no los tenía en ningún otro lugar y contactos que ya no tengo como recuperar. Por eso, cuando recibí una llamada del Servicio Técnico de Whatsapp y me advirtieron que alguien estaba utilizando mi cuenta en otro celular, elegí creer que podría recuperar todo eso y me dejé engañar por quién me llamó y permití que me quitara el control, ahora sí, de mi cuenta de la aplicación de mensajería. Pronto empecé a recibir llamadas de algunos de mis contactos para ver que me pasaba, por qué les estaba pidiendo que me depositaran una suma no muy alta de dinero.
Un amigo, mucho sagaz que yo, siguió la corriente del garca que lo contactó en mi nombre hasta que obtuvo el nombre y el DNI —porque era un número de documento argentino— del destinatario del depósito. Munido con esa información fui hasta la Unidad de Delitos Informáticos a hacer la denuncia, para que lo atraparan al delincuente, al menos eso elegí creer.
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