No voy a llorar

 



Esta semana de la Cerveza la podría recordar por varias cosas: por el recital de Nicki Nicole en el Anfiteatro del Rio Uruguay ante 22 mil personas, de las cuales 21 mil eran niñas chilladoras; por las temperaturas nada otoñales; por el short de baño que le pedí prestado a mi padre con bolsillos tan escuetos; por habérseme caído el celular en la caminata rumbo al río y por notar la pérdida al llegar a dónde debería estar la playa, desaparecida bajo la inundación; por recordar que hacía muchísimo que no hacía un respaldo; por toda la información que perdí... Pero yo creo que la voy a recordar por un corto pasaje del relato de La Vuelta Ciclista mientras intentaba que la radio me dijera por dónde venía la avanzada para ir a recibirla a su llegada a Paysandú: "y vemos a un grupo de competidores que se intenta escapar, son..." y allí nombró a cuatro ciclistas y del último agregó un comentario "que viene haciendo sus necesidades".  ¡Como no me iba a llamar la atención! Y cómo evitar toda la sarta de chistes escatológicos que con tanta facilidad surgieron, ni las imágenes tan desagradables como jocosas. Un brote de enterocolitis afectaba a la gran mayoría de los corredores. 

La semana siguió y la competencia también, con los competidores diezmados y muchos abandonos, incluso el "Malla de oro" tuvo que bajarse.  

Y el domingo de Pascuas la semana llegó a su fin. Había convencido a mis compañeros de viaje de salir de La Heroica muy temprano: yo pretendía a las 6 pero fue a las 7 y poco. Lo que fue una pegada ya que ni bien salimos empezó a llover y pudimos hacer el trayecto sin ningún adelanto complicado, evitando el malón de retornantes, y evitando con luz la llegada de los ciclistas a Montevideo.

Decidí ir a ver la llegada de la última etapa. Llegué a la rambla en Bella Vista con bastante antelación. La lluvia que nos había acompañado en el viaje había parado. Me daba el tiempo para ir hasta el borde de la bahía caminado por un callejón de una larga cuadra que separan el agua de la calle y me senté en un murito a ver la bella vista. El mar y el cielo se confundían en gris. El Cerro se recortaba un poco más oscuro como los viejos barcos encallados. Muy cerca había uno enorme, Ave Phoenix se podía leer aún con enormes letras en la proa que  rozaba el murallón.  

Escuché un llanto de mujer. Estaba seguro que venía desde el interior del enorme esqueleto abandonado. De repente de la cabina salió una mujercita mínima, joven, de pelo renegrido y tez muy pálida. No pude evitar recordar la cantante del recital de hacía unos días. Se aferró de la baranda y gritó hacía el mar: ¡Aníbal! !Aníbal!

Angustiaba verla y oírla. No podía salir del embeleso de esa imagen cinematográfica y no atiné a nada. De repente me sorprendió un hombre aún joven que descalzo desafiaba la vertical del murallón. Descendió con destreza apoyando los pies desnudos en las piedras irregulares y  aferrándose con una sola mano, debajo del otro brazo llevaba apretando algo amarillo y abultado. Caminó por el pequeño espacio entre el agua y el muro hasta el Ave Phoenix.  Allí me percaté que una precaria escalera estaba adosada a un costado. Subió. 

-¡Alma!- gritó y la mujer fue a su encuentro.

Desplegó una capa de lluvia que ella se puso y se abrazaron.

Me percaté que la carrera ya estaría por llegar y corrí hacia la rambla. Aún me dio para cruzar al cantero central antes de que pasaran las motos abriendo el paso con las sirenas.

Tres competidores se venían relojeando en la punta. Se observaban a ver quién iba a ser el que intentara escaparse y ninguno tenía intención de dejar a los otros hacerlo. Después venía el pelotón. No era tan grande. Pensé en la merma que había sufrido la carrera. Pero no podían ser tantas las bajas. Esperé un poco más cuando la gente ya se empezaba a ir. No pude evitar emocionarme con el segundo grupo, no se porque me parte el alma ver a los rezagados.  Por primera vez aplaudí. Del medio de ese aglutinamiento salto algo rojo que voló y cayó a mis pies. Me doblé a agarrar la caramañola. Recordé el mal que había afectado a los ciclistas y tomé el "morral de la fiereza" casi con asco con mis dedos índice y pulgar de mi mano izquierda, pensando el llegar a casa a lavar el botín.

Me di vuelta para volver y me sorprendió toparme con Nicki. De la capucha amarilla le salían unos mechones negros, tanto como los ojos desquiciados. Extendió el brazo y la manito apenas se le asomaba de la enorme manga. Me pedía la caramañola y se la di. La sacudió y al ver que no estaba vacía. se la empinó.




 

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