Día de Reyes
Éste es el relato de un delito -o de varios- que sucedió hace diez
años y que hasta ahora no podía contar so pena de que el peso de la Ley cayera
sobre mí, así como sobre el resto de los implicados. Espero estar en lo cierto
al creer que después de una década ya no se me puede juzgar penalmente. Con esta
convicción es que aquí revelo nombres, fechas y lugares, esperando que
nada salga mal. En todo caso, el veredicto, te lo dejo a vos.
*
Las vacaciones
en la costa de Rocha suponen un paseo para el día lluvioso que toque en suerte:
visitar la frontera con Brasil, que desde Valizas queda a una hora en auto. Del lado
brasileño, el Chuí, se compran baratijas en los comercios de los palestinos;
del lado uruguayo, el Chuy, se compra ilegalmente whisky y perfume en los free
shops exclusivos para extranjeros.
Ese 8 de enero
no era un día lluvioso y prometía ser uno de los mejores días del verano. Esa
mañana habíamos cruzado la avenida que oficia de frontera, para hacer una
compra muy específica.
Dos días
antes, el más pequeño se levantó con gran excitación. Junto a la chancleta que
había dejado al lado del arbolito de Navidad encontró un camioncito para cargar arena. Su emoción se
avivó al ver que los camellos se habían comido el manojo de pasto y Baltasar, Melchor y Gaspar habían saciado su sed vaciando la jarra de agua con limón que les
había preparado la noche anterior.
El más grande,
aunque ya incrédulo, también había dejado su expectante ojota. Se levantó
confiando que el regalo que ansiaba mejoraría lo penoso de su estadía, que había consistido en un trajín de visitas al water, debido a
la diarrea que lo aquejaba desde inicio del año. Se le notaba la desazón: solo
había encontrado un sobre que rezaba «¡Qué tengas buenas olas!» que adentro tenía
suficiente dinero para comprar su primara tabla de surf. En el transcurso del día, ante la posibilidad
de ir por ella al otro lado, se animó y hasta empezó a mermarle la
cagalera.
El día
siguiente todavía mantuvimos la vigilancia sobre el futuro surfista. Fue el
primer día completo de las vacaciones que sus tripas nos dieron una tregua; aunque, todavía no pisaba la playa y nos turnábamos con la madre para ir a hacer pozos y
castillos en la arena.
La mañana siguiente ya no había manera de contener
las súplicas para ir a la
frontera. Llegamos a media mañana e hicimos la compra en
una muy equipada loja. Até el flamante regalo en el
techo del auto con unas correas especiales que también vendían allí. Nos volvimos en seguida para escapar del calor, para estrenar la tabla y disfrutar a pleno por primera vez en el año.
Por lo espléndido del día y la hora no había cola en la aduana. Desde una reposera a la sombra un impertérrito funcionario nos hizo una seña para que continuáramos la marcha. Veinte minutos después llegamos al control aduanero de La Coronilla, allí esperábamos igual trato, pero no.
El funcionario que se acercó a mi puerta me solicitó que bajara. Luego me preguntó, casi como al descuido, si tenía la factura de la tabla que brillaba con el Sol cercano al cénit. Busqué en el bolsillo de atrás de mi bermuda y, en forma muy tonta, le dije que sí y se la mostré. Ese papel era la prueba de que la compra había sido en el Brasil ese mismo día, y era un contrabando.
–Esta mercadería está en infracción, y no la puede pasar– me dijo con cierto regodeo el señor Ruben Montes de Oca (más tarde me iba a enterar que así se llamaba).
Miré la carita del dueño pegada a la ventanilla en el asiento de atrás. El pobre aún estaba ojeroso y pálido por la semana de descompostura y angustiado porque presentía que el objeto de su anhelo estaba en peligro. Se había esforzado todo el año para ahorrar los dólares para comprar la correa que sujetaría la tabla a su tobillo. ¿Cómo explicarle que ahora iba a quedarse sin nada?
–No, no la voy
a bajar– le dije.
–Le
repito, Señor: baje la tabla que la tengo que confiscar.
–¡No la bajo
nada!
–No tengo más
remedio que llamar a la Policía– sentenció y se dirigió hacia el interior del
pequeño edificio.
Lo seguí. Entró a una oficina y vi como discaba varios números en el teléfono de línea y esperaba la respuesta.
–Jefe– dijo y
Continuará ...
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