Día de Reyes

 


Éste es el relato de un delito -o de varios- que sucedió hace diez años y que hasta ahora no podía contar so pena de que el peso de la Ley cayera sobre mí, así como sobre el resto de los implicados. Espero estar en lo cierto al creer que después de una década ya no se me puede juzgar penalmente. Con esta convicción es que aquí revelo nombres, fechas y lugares, esperando que nada salga mal. En todo caso, el veredicto, te lo dejo a vos.

Las vacaciones en la costa de Rocha suponen un paseo para el día lluvioso que toque en suerte: visitar la frontera con Brasil, que desde Valizas queda a una hora en auto. Del lado brasileño, el Chuí, se compran baratijas en los comercios de los palestinos; del lado uruguayo, el Chuy, se compra ilegalmente whisky y perfume en los free shops exclusivos para extranjeros.  

Ese 8 de enero no era un día lluvioso y prometía ser uno de los mejores días del verano. Esa mañana habíamos cruzado la avenida que oficia de frontera, para hacer una compra muy específica.

Dos días antes, el más pequeño se levantó con gran excitación. Junto a la chancleta que había dejado al lado del arbolito de Navidad encontró un camioncito para cargar arena. Su emoción se avivó al ver que los camellos se habían comido el manojo de pasto y Baltasar, Melchor y Gaspar habían saciado su sed vaciando la jarra de agua con limón que les había preparado la noche anterior. 

El más grande, aunque ya incrédulo, también había dejado su expectante ojota. Se levantó confiando que el regalo que ansiaba mejoraría lo penoso de su estadía, que había consistido en un trajín de visitas al water, debido a la diarrea que lo aquejaba desde inicio del año. Se le notaba la desazón: solo había encontrado un sobre que rezaba «¡Qué tengas buenas olas!» que adentro tenía suficiente dinero para comprar su primara tabla de surf. En el transcurso del día, ante la posibilidad de ir por ella al otro lado, se animó y hasta empezó a mermarle la cagalera.

El día siguiente todavía mantuvimos la vigilancia sobre el futuro surfista. Fue el primer día completo de las vacaciones que sus tripas nos dieron una tregua;  aunque, todavía no pisaba la playa y nos turnábamos con la madre para ir a hacer pozos y castillos en la arena.

La mañana siguiente ya no había manera de contener las súplicas para ir a la frontera. Llegamos a media mañana e hicimos la compra en una muy equipada loja.  Até el flamante regalo en el techo del auto con unas correas especiales que también vendían allí. Nos volvimos en seguida para escapar del  calor, para estrenar la tabla y disfrutar a pleno por primera vez en el año.

Por lo espléndido del día y la hora no había cola en la aduana. Desde una reposera  a la sombra un impertérrito funcionario nos hizo una seña para que continuáramos la marcha. Veinte minutos después llegamos al control aduanero de La Coronilla, allí esperábamos igual trato, pero no. 

El funcionario que se acercó a mi puerta me solicitó que bajara. Luego me preguntó,  casi como al descuido, si tenía la factura de la tabla que brillaba con el Sol cercano al cénit. Busqué en el bolsillo de atrás de mi bermuda y, en forma muy tonta, le dije que sí y se la mostré. Ese papel era la prueba de que la compra había sido en el Brasil ese mismo día, y era un contrabando.

–Esta mercadería está en infracción, y no la puede pasar me dijo con cierto regodeo el señor Ruben Montes de Oca (más tarde me iba a enterar que así se llamaba). 

Miré la carita del dueño pegada a la ventanilla en el asiento de atrás. El pobre aún estaba ojeroso y pálido por la semana de descompostura y angustiado porque presentía que el objeto de su anhelo estaba en peligro. Se había esforzado todo el año para ahorrar los dólares para comprar la correa que sujetaría la tabla a su tobillo. ¿Cómo explicarle que ahora iba a quedarse sin nada?

–No, no la voy a bajar– le dije.

–Le repito, Señor:  baje la tabla que la tengo que confiscar.

–¡No la bajo nada!

–No tengo más remedio que llamar a la Policía– sentenció y se dirigió hacia el interior del pequeño edificio.

Lo seguí. Entró a una oficina y vi como discaba varios números en el teléfono de línea y esperaba la respuesta.

–Jefe– dijo y


Continuará ...


 






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