¡Que Nunca Falte!
Andrés es el nombre de un grupo de amigos cuya principal actividad es reunirse una vez al mes para cenar en la casa de uno de los integrantes, que cocina para el resto. Se acercaba el cumpleaños de Rosina y todos recibimos la invitación para festejarlo en Río. Solo Claudia y un servidor estábamos en condiciones de ir. Así que allá fuimos los tres. La magna fecha (cumplía un número redondo) caía en pleno Carnaval.
Desde el principio yo me dejé llevar por todas las decisiones que ellas tomaban. La verdad que confiaba en sus criterios y solo aportaba alguna idea que a veces era aceptada y ejecutada por el dúo femenino. A lo largo de la travesía solo opinaba para desempatar; aunque, ya resultaba algo tedioso con mi frasecita: "lo que ustedes decidan está bien".
Llegamos a El Galeâo a las 1:00 am y nos dirigimos al hotel emplazado en el propio aeropuerto para pasar unas horas hasta ir a buscar el coche alquilado a las 10:00. No hay mucho que destacar aquí, salvo que fue el único desayuno con panceta, riquísimo.
A las 10:45 salimos con dirección a Barra da Tijuca, para tomar la carretera que va bordeando al mar. Antes de llegar a la costa, previo a la gran rotonda del balneario nos topamos con un edificio fantástico: La Cidade Das Artes, unas de las mayores salas de conciertos de Brasil.
Antes del mediodía hicimos una parada en Prainha. Como su nombre lo indica una pequeña playa de las tantas entre morros. El Sol calcinaba pero el agua transparente... ¡estaba helada! Igual a las 13:30 teníamos una cita en otro lugar.
A poco de volver a la ruta, empezó una zona de morros, habíamos visto que el camino estaba lleno de curvas y supusimos que era para evitarlos: no, era para subirlos, y lo supimos en la primer curva que era un gran repecho que desafiaba a nuestro motor 1.000cc. Yo manejaba y decidí instintivamente seguir a la velocidad que venía para no perder el impulso. Fue una montaña rusa que subió quebrando en ángulos imposibles por varios minutos, hasta que empezó a bajar y entonces tuve que aplicar el freno para no desbarrancar por el angosto camino. Ya al borde de un shock de adrenalina, el camino se suavizó y llegamos a una bifurcación donde tomé la opción equivocada que nos llevó por un camino que inexorablemente terminó en una favela, en un callejón sin salida, donde era imposible girar el auto. Afortunadamente un vecino abrió su portón y de culata me metí para lograr salir. Desandamos el camino y llegamos a nuestra cita apenas unos minutos tarde.
Claudia, además de contadora es aficionada al paisajismo y propuso pasar por el Sitio Roberto Burle Marx, que es un gigantesco bosque-jardín diseñado por el artista-paisajista homónimo. Este señor entre sus legados -falleció en 1994- nos dejó el diseño del cantero central de la rambla de Copacabana, que armoniza con las famosas ondas. El lugar es espectacular en variedades, exuberancia y colores. Las tupidas sombras apenas podían mitigar el sol más caliente en mucho tiempo. Pero el lugar vale la pena conocerlo...en invierno.
Retornamos a la carretera y a "la gallega" de google maps. Al rato de salir no nos avisó de una bifurcación que debíamos tomar y seguimos derecho, yendo a parar a una zona más bien desolada y rodeada de alguna construcción precaria. Nos tomó un momento descifrar como retornar a la senda correcta y al hacerlo decidimos parar en un Subway: el peor que halla visitado, sin aire y sin baño, pero la comida insulsa y las bebidas frías, fueron muy reconfortantes luego de horas de ayuno.
No se si a causa de los cerros, por los túneles para atravesarlos, o por la mala señal; pero varias veces perdimos el GPS o simplemente no fuimos advertidos de la acción a tomar en una bifurcación. En otras ocasiones, se nos indicaba seguir "derecho" cuando nos parecía obvio que debíamos doblar. Además, la señalización, los nombres de las rutas y las calles no coindicen o no existen y eso nos hizo perder en varias oportunidades.
Solo uno de los celulares tenía conexión a internet, justo el que se quedó sin batería minutos antes de llegar a la entrada de Angra Dos Reis, nuestro destino final ese día. Nuevamente, adivinamos cuál era la entrada a la ciudad-balneario de 180 mil habitantes y luego de practicar nuestro portugués logramos llegar a nuestro hotel a la antigua usanza: preguntando.
El Angra Beach Hotel no había salido muy caro. Pero a medida que transcurrían las horas se tornaba menos caro. Primero descubrimos que tenía una piscina con vista panorámica en el décimo andar, luego que nos transportaban a una playa privada con reposeras, sombra, cerveza y petiscos. También un muelle que se entraba en la bahía y que fue fuente de mucha diversión intentando sacarnos fotos saldando al mar.
Al otro día decidimos salir de la burbuja hotelera y pedimos un Uber -no fuimos en auto porque nos dijeron que no había lugar para estacionar- para ir a Prahia Grande. Que nos había sido recomendada por las garotas que trabajaban en la playita del hotel. Precioso lugar, sin embargo, lo más notorio, es que finalmente consumimos unas cervezas estupidamente geladas, acompañadas de unas miniaturas de pescados exquisitas. Brindamos con el acostumbrado "¡Que nunca falte!", sujeto omitido, y aquí se empezó a hablar de cierto adminículo que se está haciendo famoso entre las mujeres por su efectividad. Lo llamaré El Cumplidor, para no mencionar una marca que no me auspicia.
Tampoco me patrocina, así que no nombraré a una app que alguien sugirió utilizar para llevar los gastos durante el viaje: funcionó perfecto, ¡gran aporte! Cuentas claras conservan la amistad.
En el desayuno, antes de ir al puerto, no pudimos dejar de notar, que había muchas personas con varios kilos de más, especialmente mujeres. Yo decía que eran obesas y me dijeron, "nooo gorditas". Les dije que sobrepeso tenía yo: "nooo, vos estás bien". No iba a demorar mucho en que esta apreciación cambiara y ya van a ver porqué.
La embarcación para la travesía a la isla era enorme, con apariencia de barco pirata. Cómo todavía no había empezado el fin de semana de Carnaval, la ocupación del mismo no era ni del 25 porciento, lo que fue muy importante para disfrutar de cada parada en la isla o los chapuzones en el medio del mar, o al momento de pedir cervejas. Entre los pasajeros de destacaba un grupo, formado por tres o cuatro señoras gordas, petisas y feas, una adolescente feucha, y la divina Naomi Cambell. Así bautizamos a la joven que era la líder de ese grupo, que llevaba la voz contante y que no paró de sacarse selfies y, también fotos por parte de sus acompañantes, en todo el viaje, cambiando atuendos, accesorios y enfoques.
Nosotros no nos quedamos atrás e intentamos fotos y videos sobre la cubierta, en el agua y hasta bajo de la superficie, dándole utilidad a las sendas fundas resistentes al agua para celular, que adquirimos en el puerto. Aunque nuestro resultado no habrá sido tan profesional como el de la influencer, seguramente fue mucho más divertido, como por ejemplo cantarle el parabens en el agua a Marcelo, que se quedó trabajando en Montevideo.
Hablando de fotos y videos, concomitantemente con nuestro viaje, Ariel -otro integrante de Andrés- descubría tierras aztecas. Y nosotros descubríamos que sus acompañantes eran mucho mejores fotógrafos que nosotros. Se veía que la estaba pasando bien, pero en ese rubro creo que salimos empatados. En un rubro que nos ganó fue en la ingesta de alcohol, nosotros estuvimos muy moderados.
Al otro día -sábado- regresábamos a Río. Yo había entablado conversación con una pareja de argentinos, de Misiones. Nos comentaron que el almuerzo en Isla Grande, que a nosotros no nos pareció caro, dado la variedad, cantidad y calidad de los mariscos, le había salido el equivalente de comer toda una semana es su país. Pero eso no me sorprendió tanto como que me dijeran que habían puesto 6 horas y media para llegar de Rio a Angra -justo el viernes de tarde en vísperas del fin de semana largo-, cuando son solo 160 Km de recorrido. Así que nos armamos de paciencia para el retorno. Comprobamos que había colas de varios kilómetros de coches, que huían de la gran urbe, mientras que en nuestra dirección todo era super ágil.
La entrada a la ciudad carioca por el norte fue bastante pintoresca, bah fulera, los conductores no paraban en los semáforos y supusimos que era por temas de seguridad: imitamos. Apenas nos perdimos un par de veces, gracias a la pobres indicaciones de la ibérica. Finalmente llegamos a nuestro hotel, que estaba adosado a un gran shopping, Nova América. Enclavado en un área de clase media con complejos habitacionales, tipo Euskal Erría. Después de dejar las cosas en nuestra mínima habitación de 13m2 salimos para Copacabana, dónde teníamos que obtener las entradas para el Sambódromo, que ya había invitado y pagado Rosina(¡Obrigado!). Finalmente luego del intento fallido de encontrar nuestro boliche carioca de otrora volvimos extenuados a nuestra celda. El paseo sirvió para reconocer el patrón de disfraz carnavalero: ellos tutú y torso desnudo y tiaras con cuernitos; ellas tutú y top o bikini con tiaras con rayos de sol y medias de malla. También se vieron muchos Marios&Luigis.
Nos recompusimos y salimos para Lapa. Todos nos recomendaban que el bloco de ahí era el mejor. La estación Cinelandia estaba cerrada, así que nos bajamos una parada antes, en Carioca. Apenas subimos las escaleras, nos encontramos con una escola do samba de barrio que estaba por salir. Vi a tres bailarinas en cuclillas orinando tras un kiosko. Esperamos un rato a ver si empezaba el desfile, mientras sacábamos varias fotos, pero no. Seguimos caminando hacia el famoso acueducto. El olor a orina se hizo cada vez más intenso. Al llegar a la gran plaza, ya en medio de la multitud, sentíamos el chapoteo en un inmenso charco... cerveza quizás.
El bloco nunca empezó, ¿o ya había pasado? Como pudimos nos metimos en un boliche que tenía una mesa vacía. Pedimos una pizza. Demoraron una hora en descongelarla y que llegara a nuestra mesa. Mientras esperábamos, aprovechamos a tomar varias geladas y vimos pasar una muy variada fauna, parejas, triejas y hasta un pibe que chuponeaba con tres meninas. Tras devorar la desabrida cena, deshicimos nuestros pasos hasta la estación de metro. El orín ya no se distinguía, tapado por el hedor a vómito.
Antes de llegar al metro, vimos a la escola de antes, que justo empezó a moverse.
El domingo era el día D de la estadía, la víspera del cumple y la noche que íbamos al Marquês de Sapucaí. También era el día que devolvíamos el auto, que habíamos elegido hacerlo en Copacabana a las 10 de la mañana, así seguíamos la jornada en la playa. Aquí me tengo que detener, porque este evento tan banal marcó un punto de inflexión en la estadía. Antes, cuando yo había manifestado que tenía sobrepeso, mis compañeras saltaron "nooo, estas loooco!" ahora cuando llegamos a la playa y solicité ayuda con el filtro solar, me preguntaron "en las michelín también?" De estar in línea pase a rollizo. Y también el tema de "El Cumplidor" paso a ser mainstream, sin ningún tapujo ante mi presencia masculina menospreciada.
Las chicas quisieron caminar desde Leme a Ipanema, yo ya ni pronunciaba mi "como a ustedes le parezca", caminé los cuatro kilómetros parando cuando a ellas de les antojó. Para colmo en una parada me metí al mar, aunque todo Copacabana estaba con bandera roja, porque me lo pedía mi vejiga. El alivio que sentía me hizo perder la concentración y una ola me desparramó. Ya había perdido toda dignidad, y mi solicitud de parar a tomar una cerveza en un parador con vista panorámica, fue desaprobado.
En Ipanema también estaba previsto un bloco a la hora que estábamos allí. En este barrio coqueto no había olores rancios, había una gran fila de baños públicos inmaculados. Conseguimos una mesita frente en un boliche frente a la plaza Osorio, donde ya estaba instalado el camión-escenario de los músicos. Pero dos horas más tardes todavía no había empezado. Solamente un garoto tomó el micrófono para alborotar a todos los tutús:
-Bem-vindo ao carnaval da democracia!
-Após quatro anos de governo fascista!
La multitud enardecida
A propósito de la multitud, además de los atuendos ya descriptos, los grupos de veinteañeros (nosotros éramos sapos de otro pozo) tenían un bolso térmico lleno de cervezas que mantenían heladas consumiendo de a una, utilizando vasos que todos llevaban colgando, para repartir cada lata.
No pudimos seguir esperando que empezara la música. Sabíamos que teníamos que ir a descansar unas horas antes de encarar la noche de desfile. Eran 6 escolas, empezaba a las 21 y cada una demora 1:20 en desfilar, con 15 entre cada una.
El metro nos dejó enfrente del sambódromo. Ya fue impresionante salir a la calle y toparse con la colosal y vibrante pasarela; después, subir las escaleras, que me transportó a la emoción de las del Estadio Centenario en un partido por eliminatorias, salir a las gradas pletórico al ver la gente, las luces, las 5 cuadras de tribunas y a la primer escola que ya desfilaba a toda batucada.
Cada agrupación tiene 4.500 integrantes, la batería, sola, tiene 500 músicos. Cada carroza es grande como una casa de 2 o 3 pisos, y son seis o siete por cada conjunto. Todo es rutilante, fastuoso, hermoso. La música te hace pararte y sambar y las vedettes perfectas te inspiran.
Con Claudia teníamos una inquietud particular, que no se nos pasaran las 12:00. Cuándo finalmente llegó la hora, empezamos a cantarle el parabens a Rosina, tan chapuceramente que ella fue quien nos terminó guiando con el canto.
Grande Rio fue la que más me gustó. Había sido la última campeona, en 2019 ya que luego se suspendió 3 años por la pandemia. Nuestra meta era llegar a ver a Salgueiro, la quinta en desfilar. Me dormí parado en el medio de su actuación. Por suerte me balanceé hacia delante pero logré caer de culo, sino me venía con algún diente menos. No se si mis compañeras estaban con ganas de quedarse a ver a Mangueira, pero les pregunté casi suplicando si nos íbamos a retirar. Ya no estoy para ciertos trotes.
Para cerrar nuestra estadía Momo nos regaló el mejor día de playa, que lo pasamos en Barra da Tijuca. La tardecita en el shopping para compras de último momento. Creo que fue el timing correcto, nuestra minúscula habitación ya empezaba a molestarnos un poquito.
De los tres tramos de avión para regresar, destaco el último, ya que disfrutamos de una vista panorámica al pasar a muy poca altura por las cataratas del Iguazú.
Todavía me quedó un restito que aproveché para comprar unos whiskys en Carrasco; van a venir bien para mitigar el invierno.
Me trasportaste a esa maravillosa experiencia salvo a los aromas jeje
ResponderBorrarMe alegro! Mejor así!
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