Un lugar llamado Alma

 



Llegué a la enorme casa de la colina de Cottage y High, la única construida con ladrillos en Whitewater, un pueblo de 2000 almas. La puerta estaba sin llave, pero en la casa no había nadie: así era en esa época. Prendí el stereo justo cuando el disc jockey anunciaba la siguiente canción.  Corrí por toda la casa, por las dos plantas, por cada uno de los 5 dormitorios, por el sótano, encendiendo y, si era necesario, sintonizando la misma FM en todos los aparatos de radio.  Todo eso antes que empezara la voz; claro, yo tenía solo 17 años y tenía las ganas y la energía para hacerlo.  La casa vibraba como un boombox gigante al compás de New Frontier.




New Frontier habla de un adolescente, que se prepara para una nueva vida. Automáticamente me identifiqué con la canción, que salió en1982 en el primer disco solista de Donald Fagen, The Nightfly. Luego seguiría sacando discos a razón de uno por década con la vara de excelencia fijada por su antigua banda.

Whitewater es un pueblito en Wisconsin que tiene la suerte de tener un college con 10 mil estudiantes, lo que lo hace un lugar muy interesante: hay cine, teatro, deportes por doquier y te podés cruzar con gente de cualquier parte del mundo. Además si sos un senior en la high school, facilmente te podés hacer pasar junto con tus amigos como universitario e infiltrarte en eventos varios, especialmente en los extracurriculares. A ese lugar fui a dar por un año como estudiante de intercambio en el seno de una familia que me cobijó y con la que aún mantengo fuertes vínculos. De hecho me invitaron a la boda de su nieta en 2020, 2021, y finalmente 2022 cuando al fin el afloje de la pandemia la permitía realizar. 

Ese evento es la excusa para emprender este viaje, que recién comienza. Será un punto alto en lo que planifiqué hacer; aunque, en realidad consta de tres pasos: el ensayo en la iglesia  y posterior cóctel, la boda y recepción, y el brunch para la apertura de regalos el tercer día. Esas tradiciones no se han perdido, a pesar que el costo de vida ha sufrido un cimbronazo y no entienden los del norte dos fenómenos nuevos: la inflación y la gasolina cara.

Por 1970 el pianista Fagen escuchó una guitarra cuando pasaba por un café en NY, impactado por el sonido profesional y moderno, entró y le propuso a Walter Becker, que formaran una banda. El dúo entre 1971 y 1981 -año de su separación- publicó 7 álbumes. Para cada trabajo reunían un grupo selecto de músicos de sesión y trabajaban denodadamente hasta lograr la perfección en cada tema, mezclando rock, jazz, blues, R&B y ritmos latinos. La falta de presentaciones en vivo, los arreglos sofisticados, las letras irónicas y crípticas, los transformaron en los antihéroes del rock de los 70. El que mucho aprieta poco abarca; así, cuando les nombro a mis amigos este grupo, -que toma su nombre de un vibrador que aparece en la novela Naked Lunch-, la mayoría no lo conoce.

En 1993 se volvieron a juntar y esta vez si empezaron a girar fuerte. Hicieron un par mas de discos, pero esa actividad cesó en 2017 cuando Becker falleció. Antes, mi amiga Irene había tenido la suerte de verlos en Toronto, casi de chiripa, y siempre la envidié por eso. Ahora, post covid, Fagen está llevando a cabo la promesa que con su compañero musical en cierto punto se hicieron: cuando hubiese un superviviente, éste se dedicaría a seguir difundiendo la música de ambos.

Volviendo al motivo principal de mi travesía, recuerdo una conversación que había mantenido con el prometido, que es un zillenial oriundo de Curitiba. Me dijo que le gustaba el disco Gaucho -que por supuesto pronunció 'gausho'-  del grupo que planeé ir a ver en Texas, antes de dirigirme a Madison-Wisconsin, donde viven los novios. Hey Ninteen, canción de ese álbum fue la primera que escuché del grupo y la que me enganchó para siempre. Y ya que hablo de música, mencionó que en la fiesta -la reception- se va a pasar mucha música brasileña. Estoy ansioso por ver a los invitados bailar dança da garrafa.




Pero antes de llegar a destino, planifiqué una visita a la Ciudad de los Vientos, solo por un par de días. Voy a ir a un bar de blues una noche, voy a comer Buffalo Wings -aunque me queme el tubo digestivo-, voy a hacer el paseo arquitectónico en barco por el río y voy a tomar un bourbon en algún rooftop mirando el lago Michigan. Obviamente, que voy a ponerme la celeste para ir a un pub a ver USA vs Uruguay y degustar las cervezas del lugar esperando un gol del Edi. También voy a golpearle la puerta a mi amigo Tim, que trabaja en  el Loop. Cuando nos separamos -después de la graduación- me pidió que le cayera algún día "unexpected", así que no le avisé. 




Ahora estoy en el Cynthia Woods Mitchell Pavilion. Es el primer mojón de este viaje. Hace cuatro horas que estoy acá. Primero porque tenía que llegar temprano para encontrar un lugar para estacionar en uno de los cuatro estacionamientos gratuitos que dispone el anfiteatro. No obstante, mi precaución no fue suficiente, GPS mediante visité cada uno de los parckings donde solo encontré carteles que avisaban "No parking place available". Realmente ese es un problema. Ya me veía volviendo al hotel a dejar el auto y caminar 4 millas para llegar al recital. Pero por fortuna un auto arrancó, dejando un lugar servido para mi. Estaba a una milla y caminé por callecitas y un parque con un río y un lago. Todo tan perfectamente dispuesto, bancos, flores, plantas, árboles, puentes, sendas, que hasta irrita tanta perfección: The Woodlands es al urbanismo, como la banda que voy es a la producción musical.




La entrada la había comprado hacía un par de meses. Es del tipo "Mobile'' y es el único tipo disponible. Tengo que mostrar la entrada en el celular, pero tengo un gran inconveniente y no la puedo bajar. Sin embargo hay una taquilla abierta y me atiende una septuagenaria muy simpática. Le explico que la entrada la tengo que mostrar con una aplicación que solo está disponible para USA y Canadá. Por más que contraté roamming para bajarla en mi móvil,  Play Store se aviva que soy uruguayo -o tal vez porque el aparato es chino- y no me habilita la app requerida. Todo eso no le importó a la anciana, que buscó mis datos en el sistema, me preguntó mi nombre, mi fecha de nacimiento, mi número de documento, recién cuando le di mi dirección del barrio Reducto sonrió y me imprimió una entrada. 

Aún temeroso de no poder ingresar presenté la entrada a la seguridad -que funciona como la de un aeropuerto, con rayos X y detectores de metales- y, ¡pasé!




Así que tenía que festejar, el chequeo de seguridad daba paso a un patio de comidas y bebidas. En el puesto más cercano pedí una Modelo Especial, que es rubia, y viene en una lata de más de medio litro, ¿Será por eso que me salió 18 bucks? Bueno, estaba deliciosa y yo estaba adentro, de fiesta. Me pareció bueno acompañarla con unos nachos: esta vez solo 17 dólares desembolsé. Desde mi parada en Alma, esta mañana, que no comía nada.

Cuatrocientos quilómetros de la autopista 45 separan Dallas de Houston. Cuando venía para acá, el coche que había alquilado me mostró en el tablero una sugerencia para tomar un descanso: fue una muy buena decisión aceptarla. Justo apareció la exit para Alma, que resultó poco más que un caserío, pero que tenía una restaurante de comida ahumada. Algunos camiones enormes estaban estacionados a su vera. En un costado un ciudadano vestido de cowboy echaba leña a un ahumador y un cartel anunciaba carnes con 16 horas en ese proceso. Pedí el sandwich de brisket ahumada, que venía con papas chips y iced tea -y free refill, obviamente-. Realmente, |una experiencia trascendental.




Vuelvo a mi merienda, así debería llamarla ya que son las 6 pm. Para poder comer mis nachos y beber, pedí permiso para sentarme en una mesa ocupada por dos parejas de hippies sesentones, que aceptaron off course. Como no quería los jalapeños extras que venían en una bolsita, los ofrecí y fueron aceptados al instante lo que me integró a la conversación y lo que puso a prueba mi inglés por primera vez en el viaje.

Uno de los veteranos, de colita de caballo gris, comentó que el hermoso anfiteatro que estaba a nuestras espaldas se lo debíamos al fracking,  con lo que obtuvo nuestra atención. George P. Mitchell fue un magnate del petróleo que había perfeccionado y utilizado esa técnica de extracción hasta hacerse multimillonario, en el siglo XX. Había canalizado una veta filantrópica a través de su esposa, que le daba nombre al lugar, donde ahora charlábamos, y que había iniciado un sistema de mecenazgo que aún funciona a pesar que la pareja permanece fallecida hace más de una década. Agregó luego que también habían visto a The Who la semana anterior, aquí mismo. 




Fue entonces que yo aproveché para tirar el dato que tenía acerca del sitio. -Es el segundo anfiteatro que más entradas vende en el mundo- aseveré. La mujer del colita, que había agregado los jalapeños a su Sloppy Joe y masticaba con fruición, me lanzó -¿y cuál será el primero?- Pregunta que me dio gran satisfacción, porque sabia la respuesta.

-Uno que está en Viena- Lo que asombró a los contertulios; sin embargo, estaba equivocado porque me refería a la capital de Austria, cuando en realidad es uno que está en Vienna, Virginia. Go check it out!

Propasándome de ese momento victorioso, me animé a criticar el fracking o fracturación hidráulica. Entonces, el otro hippie, se presentó como ingeniero retirado y me preguntó porqué afirmaba yo tal cosa. Le mencioné la contaminación de los acuíferos. El repuso que solo si se hacía mal y me dio una pequeña clase de ingeniería. Perdido mi momento de gloria solo pude recuperar algo de dignidad con un golpe bajo:

-Al final, si nos permite ver el show de hoy, no puede ser tan malo- con lo que tuvimos todos de acuerdo y se despidieron en paz, deseándome buena estadía y regreso a iurugüey. Yo todavía permanecí unos minutos más simulando que aun no había terminado mi lata.

Cuando voy a mi asiento, me percato que también hay un patio de comida del otro lado. También hay puestos de ventas de camisetas, salen USD 60, decido que puedo vivir sin EARTH after hours -el nombre de la gira impreso sobre negro- En su lugar voy a un puesto donde venden draft beer, el vaso tiene como un litro y me sale otros 18.

En eso se escuchan aplausos, es que salió el grupo telonero. Es la banda nacida en Texas Snarky Puppy, un colectivo que bien podría ser la atracción principal, los 4 Grammys que ha obtenido lo avalan.




La gente se entusiasma con la banda. incluso le piden un bis. Antes de acceder, el guitarrista tiene unas palabras para agradecer a quién los invitó a participar del concierto: "the one and only Mister Donald Fagen''. Luego del bis, pide que nos preparemos para recibir a "the best band in the world''.

Es impresionante la velocidad en que retiran todo el equipo de los 13 músicos y queda armado todo para el espectáculo de fondo. Estoy tentado a ir por otra cerveza.... mejor no, hace 40 horas que salí de mi casa y 40 años que quiero ver a la banda que está por salir, no me puedo perder nada.

Se prenden las luces nuevamente. Cuatro vientos, guitarra, bajo, teclado y batería. Tocan un afiatado ritmo jazzero. Es solo el precalentamiento. Oscuridad nuevamente... entonces los focos apuntan la entrada del frontman escoltado por tres coristas.  Suena el solo de guitarra inicial de Reelin'In the Years, -por algo es el favorito de Jimmy Page-, y yo ya pienso que en el top tres de los mejores recitales que vi, seguramente voy a poner al de Steely Dan.












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