Sin ataduras
Hoy sí que necesito un café para empezar a trabajar. Así que dejo mis cosas en mi escritorio y voy a la cafetería. Tengo que cruzar toda la planta baja y pasar por recepción.
En la recepción hay un grupo de cuatro o cinco jóvenes treintañeros, vestidos formalmente, pero no del todo: no llevan corbata y algunos usan zapatos que rayan en lo deportivo. Hablan en inglés.
Julio, el portero, los mira algo sorprendido. Entonces le hago un chiste, pero me arrepiento antes de terminarlo:
—Good morning, Julio!
—Good morning, sir! —contesta Julio, y me alegra la mañana.
Sigo por mi café, y al regresar Julio me llama. Apoyo el café en el mostrador de su puesto de atención.
—¡Ahora tenemos cinco centrodelanteros! —exclama. No necesita decir más; ya sabemos que hablamos del Decano.
—Sí, volvió el negro grandote —le digo, esperando que se queje por el colombiano, que está resentido de la pubalgia, o del chileno, que no funciona.
Pero sale con una anécdota de su juventud —setenta tiene él.
—El negro tiene una fuerza... me hace acordar a Araquem de Melo...
No tengo idea de quién es.
—Cuando se enfrentó con Manga —agrega, y ahora sí tiene toda mi atención.
Manga, recientemente fallecido, es una leyenda. Y me trajo recuerdos de mi tierna infancia, cuando los que íbamos al arco lo queríamos emular.
—Era igual que Lucas —aclaró, y yo pensé que se refería a un jugador rapidísimo, como la nueva sensación del fútbol oriental.
—No se ataba los zapatos —agregó. Es verdad: la cámara se entretiene mostrando esa particularidad de vez en cuando.
Julio le tiene un especial cariño. Empezó a jugar al baby fútbol en su equipo, donde él era el entrenador.
—Melo se enfrentaba a Manga y sacó un terrible zapatazo. Manga voló y logró atrapar el balón. Perplejo, al escuchar a la hinchada de Danubio gritar el gol, vio que en la mano tenía el zapato de su compatriota.
En eso suena el interno. Julio atiende y asiente. Luego, dirigiéndose al grupo en el hall, dice:
—Señores, come with me.
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